entre mares de lágrimas que dejamos atrás.
En cada hombre encuentro la esperanza de los sueños
como si nada ni nadie pudiera relegarlos a la nada,
ni sumirlos en tristezas perpetuas.
Anidan en lo más profundo,
en la esencia que portamos como un manto sublime
que ensalzamos y elevamos a los cielos
por el mero hecho de ser hombres.
Son conciencia de uno mismo y del todo,
como si en nosotros se albergara el universo infinito de las cosas,
como si al trasluz se adivinara
la esencia virtual de que están hechos,
conjugando en su interior experiencia y fantasía,
haciéndose palpable a cada paso su afán
por convertirse en elemento esencial de la materia.
Los sueños son la vida misma
y no hay hombre que escape a su aventura,
desde el vientre de la madre imaginamos
ver al ser que nos protege atravesando angostos filos,
despertamos a la luz entre dolores.
Sentir el sol después,
brotando los instantes en las yemas de los dedos
por un arte divino que ignoramos,
floreciendo el tiempo entre las manos
reinventamos páginas sin pausa del destino
madurándolos furtivos en la mente.
Son perfil de la existencia, sutil estímulo,
consagrada imagen que admiramos.
Partículas trémulas de amor
que flotáis llenas de vida y esperanza
tan próximas al corazón que os alienta.
